LO
INJUSTO Y LO PRUDENTE
“había contraído contigo compromisos
imprudentes
y la vida se encargó de protestar,
te pido perdón lo más humildemente posible,
no por dejarte,
sino por haberme quedado tanto tiempo”
Margaritte
Yourcenar
Sucedió
lo que siempre pasará a su lado, lo inexplicable. Bordeando ese tono azul donde
las palabras se enfrían, dijo:
-Es
un injusto juego.
La
frase tuvo el don de abrir un cofre de imágenes atemporales. Nos imaginé en
medio de una inmensidad de gente. Así podíamos ser uno más. Indistintos. Me quedé
con ganas de decirle que habíamos sido y que aún éramos tan solo eso: uno más.
Pero no dije nada.
Me
miró con esos ojos vinos donde se guardaron tantos sueños. Me miró acusándome y
volví a recordar esos lugares donde habían guardado pesadillas.
-De
pronto tengo unas ganas de virarme, de cambiar de sitio, trasmutar, hacerme
inconstante, sí, un poco como tú.-
Ante
la referencia me sentí desnuda. Tocaba el punto donde los nervios atragantan todo
buen momento. Abrí los ojos como se abren los espejos.
Nos
miramos.
Entre
ambos se tendía el final o el principio de un mundo. Entendí que él también estaba
aquí atrapado por una respuesta que ni si quiera sabía si estaba en mis manos. Ante
la duda, seguimos tomando el café, mirando el espejo desde el silencio.
Tenía
razón. Es un juego injusto eso de amar hasta los dientes para terminar sentados
frente a un café tratando de determinar las bases de algo. Lo que fuera.
¿Y qué era?
¿La trasgresión
del tibio acoplamiento hasta el punto de llevarlo maniatado, preso, a sus
extremos más básicos?
¿El sinuoso
ceder que exige compartir con alguien todas las horas, todas las palabras, todos
los lugares?
¿Estar
-siempre estar- en la otra parte que no es uno pero que ya es lo mismo que uno?
Lo que no es propio y sí lo es porque pertenece. Lo que no es propio pero lo
parece.
¿La descarnada
entrega de la cordura?
¿El
hastío de la lucidez?
¿La mente
en blanco, luego el abismo, luego la nada?
Es
injusto determinar las bases de la nada. Y en la nada nos habíamos dejado ir ya
una vez. Quizás nos dejaríamos ir de nuevo, quizás para siempre.
Sumidos
en los ecos del espejo y su batalla, contemplábamos las posibilidades casi en
un pasmo.
No
hace mucho, en esta misma ciudad donde ahora nos encontramos, lo confundí con un
desconocido. Llevaba tiempo sin acordarme de él, pero esa figura parecida me
hizo un guiño hondo en alguna parte. Fue inevitable. Perseguí al recuerdo, tracé
el cuestionario y antes de doblar una esquina, el hombre joven se giró asustado
y me afrontó duramente. Comprobé que todo había sido simplemente la evocación
de un recuerdo que me mantenía presa. Un misterio que algún día tendría que
resolver para seguir viviendo. Este era ese día.
El verdadero
reflejo del tiempo me miraba desde una cabeza cana y un cuerpo medianamente conservado
que ahora estaba haciéndome las mismas preguntas:
¿Estamos hechos para un solo amor?
¿Para sobrevivir hay que matar a la pasión? ¿Ese homicidio es un acto de
madurez o de simple cobardía?
¿Qué es lo prudente sino una forma de conservación de la propia
existencia?
¿Será que ya he sanado y estoy lista
para amar-morir de nuevo?
Nos
supimos al instante. A la par, había pasado tanta vida entre medio que éramos
prácticamente un par que re-empezaba a conocerse. Hablamos de los hijos, los
logros y los fracasos. Establecida en la normalidad de una rutina añeja, me
sentí descubierta al comprobar que existía otro que guardaba la contraseña de
mi vida secreta. La que ahora me devolvía como un gran regalo. Palabras más, palabras
menos, empezó el viaje al retorno:
-Te
ibas en dos meses
-Llevabas
el estuche del bajo
-Bueno,
tú cargabas con tu maleta encima todo el tiempo
-¿Fue
en el corredor de la librería?
-Ya
te había yo visto antes
-Pero
¿fue ahí que nos encontramos?
-Te ví
en otras vidas, ¿ya recuerdas?
Risas.
Revivimos besos de arena que marcaron los poros para siempre. Guardamos luto al
recordar la masacre que fue esa pasión que nos hundió, de pronto y hace tanto.
La misma que se asomaba lentamente atávica.
-¿Fueron
dos años o año y medio?
-Fue
suficiente.
Silencio. Las imágenes duelen, tus
palabras amarran todos los cabos. Ya no conozco mi piel sino en la tuya ¿dónde
he estado todo este tiempo?
-Es
un injusto juego. Al verte me dan ganas de virarme, de cambiar de sitio,
trasmutar, hacerme inconstante, sí, un poco como tú.
- Como yo contigo. Porque en general yo soy otra, una que no
conoces.
Luto
y silencio. Un temblor trepida y se instala en el marco del espejo. Es tan
fuerte que me arrasa
hasta la última esquina de su vidrio. Lo arrasa dentro del mío, ya no es más
que un mismo acantilado donde lo pierdo. Torbellinos equidistantes, necios,
atrapando olas que nos revuelcan y nos ahogan otra vez mientras las preguntas
vuelven…
¿Estamos hechos para un solo amor?
¿Para sobrevivir hay que matar a la pasión? ¿Ese homicidio es un acto de
madurez o de simple cobardía?
¿Qué es lo prudente sino una forma de conservación de la propia
existencia?
¿Será que ya he sanado y estoy lista
para amar-morir de nuevo?
Fue
el silencio el que pagó la cuenta y nos devolvió a la ciudad sin nombre.
Huyéndonos, como se huye a una verdad inevitable. La que sabes tan cerca de tu
sombra, que piensas que podrás engañarla.
Lo inexplicable
fue que teniendo esta vez todo, nos resistimos. Volvimos a ocultar bajo la
sombra esa verdad inevitable del amor, bebimos el último café en silencio y nos
dejamos ir de nuevo.
Mientras
caminaba esas calles frías de Varsovia, donde nunca pensé encontrarlo, mis
pasos reflexionaba sobre la imposibilidad de engatuzar a la sombra personal.
Pareciera
que estamos hechos para imaginarnos en algún lugar donde la verdad huye, hacia
el silencio del espejo.
1994 - 2012
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